
La Invasión
Turiel, el piloto, desacelero la nave hasta detenerla a escasos veinte mil kilómetros de aquel planeta azul. Era inconfundible incluso sin usar instrumentos de navegación. El tercero a partir de su estrella. Flotaba tranquilamente arropado por una gasa de nubes.
Daba la impresión de que era totalmente inofensivo. Sin embargo, algo misterioso tendría que albergar ese planeta. Algo desconocido y peligroso, que había frustrado cada una de las tentativas de invasión que los Kerthianos habían iniciado. Ninguna de las anteriores expediciones regresó jamás ni dio señales de vida.
Turiel dudó un momento antes de iniciar un descenso sin vuelta atrás. Él y los otros dos tripulantes estaban listos. Hizo una última comprobación visual para tener la seguridad de que cada uno tenía convenientemente guardado, en la bolsa corporal, su desplazador compacto. Aletargados en ese momento, pero preparados para ser activados en cuanto fuesen necesarios.
Como capitán de la nave tuvo el impulso de decir unas palabras a su tripulación, una especie de arenga antes de la batalla, pero quedaron ahogadas porque no sabía muy bien que decir.
Ovli, el encargado de la radio, emitió el último mensaje con destino a su planeta de origen, mientras Zat, el detector, leyó las señales de doce instrumentos de control al mismo
tiempo, sin aparente esfuerzo, para comunicar: “Todo en orden, no hay actividad fuera de los parámetros normales”. Al decir esto, la superficie de Zat, flotó libremente, alejada de su forma oficial de detector.
Turiel advirtió el hecho y supo que debía decir. Desde que habían dejado Kerth, la disciplina de formas dejaba mucho que desear. Era su obligación, ya que las castas inferiores, como operarios de radio y detectores, mostraban una atrevida tendencia al estado informe.
-
Muchas esperanzas están depositadas en esta expedición – lo dijo pausadamente para que sus palabras causaran el efecto deseado –. Estamos muy lejos de casa ahora.
Zat, el detector, asintió con aspecto de culpabilidad. Ovli relajó su forma de radiotelegrafista para fundirse con el asiento.
-
No obstante – prosiguió Turiel endureciendo su voz– la distancia no es excusa para una indisciplina no autorizada en el estado de formas.
Zat recuperó su forma asignada inmediatamente.
-
Es posible que en nuestra misión tengamos que adoptar formas exóticas eventual- mente – prosiguió Turiel – tenemos una dispensa especial para ello. Pero es mi deber recordar que toda forma asumida fuera de esa excepción, es una violación del código de conducta ética.
Las superficies de Ovli dejaron de flotar de inmediato, acomodándose nuevamente en su puesto del control de comunicaciones.
Son buenos en sus tareas, pensó Turiel, pero no cabía esperar que mantuviesen la misma disciplina que un piloto de casta alta, como él.
-
Turiel – le había dicho el jefe de invasión antes de partir de Kerth – Necesitamos
desesperadamente ese planeta.
-
Lo entiendo señor – había contestado Turiel, prestando toda su atención y sin salirse de una óptima forma de piloto.
-
Al menos uno de vosotros tres – dijo el jefe – tiene que llegar y colocar su desplazador en el lugar indicado. Cuando eso ocurra nuestras fuerzas de ocupación estarán preparadas para intervenir.
-
No hay problema, puede confiar en ello señor.
-
Esta expedición tiene que salir bien – continuó el jefe, mientras sus rasgos se hicieron un poco indefinidos a causa del cansancio – Se lo digo en confianza, no podremos reprimir por mucho tiempo la insubordinación en Kerth. La casta de los constructores se ha amotinado (y esa es solo la punta del iceberg): exigen una nueva forma, alegan que la antigua ya no es eficaz para su trabajo.
Turiel se sintió indignado, como correspondía. La forma de los constructores fue establecida por los antepasados, junto con las demás formas básicas, treinta mil años atrás y siempre habían funcionado a la perfección. Era una necedad y una insolencia intolerable cuestionar algo así.
-
Y ahí no acaba la cosa – le confió el jefe – hay una especie de nuevo culto que fo- menta la informidad y se está extendiendo rápidamente por todo Kerth. El mes pasado sorprendimos a casi cinco mil de ellos e ignoramos cuantos más se nos habrán escapado. Se hacen llamar Soñadores y pretender cambiar lo establecido.
Turiel casi pierde su forma escandalizado por lo que acababa de escuchar. Sabía que la informidad era una tentación muy fuer- te en algunos miembros de las castas inferiores.
El jefe intuyó la pregunta que no llegó a salir de su boca.
– Supongo que es difícil de entender para usted. ¿Le gusta ser piloto?
-
Por supuesto señor – contesto Turiel. ¿Gustarle? ¡Vaya pregunta! ¡Ser piloto era toda su vida! Sin una nave, no era nada.
-
No todos en Kerth piensan como usted. Tampoco yo logro entenderlo. Todos mis antepasados han sido jefes de invasión desde que existen registros. Por lo tanto, yo nací para esta tarea. Es algo natural y totalmente legal. Pero las castas bajas no piensan lo mismo. – sacudió algunas partes de su cuerpo con tristeza y continuó.
-
Le pongo al corriente de esto por una razón. Necesitamos espacio. Todos nuestros expertos pensadores, creen que el problema es debido a la sobrepoblación que sufrimos, tanto aquí en Kerth como en el resto de mundos que ya hemos colonizado. Un nuevo planeta para expandirnos, curaría todos los males. Para ello contamos con usted.
-
¡Delo por hecho! – al decirlo, se puso rojo de orgullo.
-
Hay algo más – dijo el jefe – tendrá que vigilar a su tripulación. Son leales y efi-
cientes, pero de casta baja. Y ya conoce usted como son.
Turiel las conocía.
-
Zat su detector, es sospechoso de ideas subversivas. Fue multado en una ocasión por adoptar una forma similar a la de un cazador. En contra de Ovli, no hay nada concreto, pero me han comunicado que permanece inmóvil por periodos sospechosamente largos. Y en un registro rutinario en su casa, encontraron dibujos no autorizados hasta coloreados, y una especie de instrumento casero que emitía música, alo que, como usted sabe bien, está totalmente prohibido. Aunque él lo niega, sospechamos que alberga tendencias artísticas.
-
Pero señor, si tienen constancia de esos hechos fuera de la ley en relación con mi tripulación ¿Por qué envíalos en esta expedición?
El jefe vaciló un momento antes de responder.
-
Hay muchos Kerthianos en los que puedo confiar, pero estos dos tienen determina- das cualidades, recursos e imaginación brillante que los hacen muy útiles para el éxito de la expedición. – suspiró con desgana – Todavía no me explico porque estas cualidades generalmente van ligadas a quienes cuestionan las normas establecidas. Vigílelos.
-
Si señor – dijo de nuevo Turiel y, advirtiendo que la entrevista había finalizado, saludó y se dispuso a marchar. Al salir, noto en su bolsa el leve zumbido del dormido desplazador, dispuesto para ser activado y crear un puente entre el lejano planeta y las hordas de Kerth.
La enorme distancia a la que se encontraba este nuevo mundo hacía imposible una invasión convencional. Mandar un enjambre de naves de guerra, no era factible. El combustible escaseaba y hubiesen necesitado demasiado para una flota tan grande. Pero afortunadamente hacía muchos siglos que los científicos de Kerth, habían ideado una forma más fácil de viajar sin necesidad de naves. Descubrieron que en todo el universo existen lugares conecta- dos entre sí por una energía enigmática e invisible, a veces están situados en planetas a años luz unos de otros. Los llamaron “puntos gemelos”. Tomando como punto de partida el que se encontraba en Kerth y el gemelo del planeta a donde querían ir, lo único que tenían que hacer era colocar un desplazador activado en cada punto gemelo e inmediatamente se creaba un puente virtual entre ambos lugares, por el que se podía tele transportar cualquier materia con efecto inmediato. En Kerth habían localizado doscientos veintitrés puntos y cada uno de ellos tenía su correspondiente gemelo en alguna parte del Universo. Ya habían usado casi todos ellos, las posibilidades de encontrar uno viable se agotaban. Cuando descubrieron el de este planeta, en seguida enviaron una expedición. No todos los puntos coincidían con planetas habitables, generalmente eran rocas polvorientas abrasadas por un sol implacable, o desiertos helados donde hasta las ideas se congelaban, y en ambos casos con una atmosfera irrespirable. Este en particular era perfecto para la vida, de hecho, estaba habitado. Pero se les seguía resistiendo. La partida que comandada Turiel era la vigésima primera intentona de conquista.
Turiel hizo descender la nave con tal suavidad, que no pudo reprimir un sentimiento de orgullo. La nave caía suavemente hacia la superficie del planeta enemigo, cuando el crepúsculo comenzaba a teñir el horizonte de tonos anaranjados y violetas. Zat manipuló los controles de camuflaje y la nave se transformó en un pequeño cumulonimbo que se fundió como uno más, en la masa de nubes que cubría el espacio encima de su objetivo.
Ovli localizó en el visor-radar el punto exacto donde debían colocar el desplazador y se lo comunicó al piloto. Al visualizar en su pantalla el lugar donde estaba ubicado el punto gemelo, Turiel puso cara de pocos amigos. Seguramente los terrícolas estaban al tanto de su existencia y lo tenían protegido. Estaba situado dentro de un enorme edificio, muy sólido a simple vista, que destacaba en el centro de un asentamiento habitado. Estaba rodeado por lo que parecían viviendas terrícolas individuales. En su frontal, dos altas torres se elevaban al cielo rematadas por sendos apéndices metálicos en forma de cruz. Lo más seguro es que fuesen antenas de comunicaciones, pensó Turiel. Tres imponentes puertas flanqueaban cada uno de los costados. Estaba claro, los hombres sabían de la importancia de su punto gemelo y lo tenían bien protegido, no sería fácil colarse. Aquello sin duda era una fortaleza.
No había síntomas de actividad. La noche hacía tiempo que llegó y el único satélite del planeta azul estaba velado por nubes, una de ellas flotaba más bajo que las otras. Y aterrizó.
Turiel evitó las casas vecinas y se detuvo al amparo de un grupo de árboles, en lo que parecía un parque.
-
¡Rápido, todos fuera! – gritó Turiel, separándose de los controles y asumiendo la forma de piloto más adecuada para correr. Ovli y Zat se precipitaron tras él. Se de- tuvieron a unos pocos metros de la nave y esperaron.
Dentro de la nave se cerró un circuito. Se produjo un estremecimiento y esta empezó a derretirse. En cuestión de segundos, no quedó más que un poco de polvo que la brisa de la noche terminó por dispersar.
Turiel no pudo evitar un sentimiento de impotencia al ver como se desvanecía su nave. Desde niño había vivido vinculado a ellas. Su padre ya era piloto y el padre de su padre y así sucesivamente hasta el nebuloso pasado en que Kerth construyó el primer vehículo espacial. Se sentía desnudo en un mundo extraño.
Esperaron un poco más. El viento movía las ramas de los árboles, unos grillos cantaban despreocupados, todo estaba en calma. La vigésima primera expedición de Kerth había aterrizado sana y salva. Y aún no había indicios del peligro que acabó con las veinte preceden- tes.
En la fachada de un edifico cercano un gran reloj marcaba las cuatro de la madrugada. Tu- riel decidió que debían aproximarse lo máximo posible a la fortaleza que albergaba su objetivo, así podrían estudiar la forma de entrar sin ser atrapados. Se movieron mimetizándose con las paredes de las casas, amparándose en las sombras.
Al doblar una esquina, una rechoncha criatura con cuatro patas cortas y pelo parduzco se cruzó en su camino y asustada echó a correr, Inmediatamente, Zat desarrolló cuatro patas, un cuerpo aerodinámico y se lanzó tras ella.
-
¡Zat! ¡Regresa aquí! – Grito Turiel, dejando toda precaución a un lado.
Zat alcanzó al animal y lo derribó. Intentó morderlo, pero se había olvidado de formar los dientes. El animal pegó un brinco y desapareció detrás de unos contenedores de basura.
-
¡Zat!
A regañadientes, el detector regresó cabizbajo, y sumiso se puso a caminar a la par de Turiel.
-
¡Tenía hambre! – se excusó.
-
¡Mentira! – contesto Turiel, muy serio. Recordó lo que el jefe le dijo. Efectivamente Zat tenía peligrosas tendencias de cazador. – ¡Que no se vuelva a repetir!
Por fin llegaron a una plaza desde donde se divisaba la entrada principal del edificio con las dos torres. Allí Zat tomo forma de papelera. Ovli se encaramó a una palmera y se convirtió en racimo de dátiles, mientras Turiel se acopló a la pared lateral de un quiosco verde.
Las puertas permanecían cerradas y aunque no se divisaba nadie vigilándolas, Turiel no se fiaba. Seguro que aquellos humanos sabían cómo detectar invasores. Hubiese dado lo que fuese por saber qué les ocurrió a las otras expediciones. Por los informes de la primera partida de investigación, sabían que, en algunos aspectos, esa raza de hombres era parecida a los Kerthianos. Tenían animales domésticos, casas, hijos y una cultura.
Sin embargo, había grandes diferencias en otras cosas. Los humanos eran inmutables, como un árbol o una roca. En contraposición su mundo tenía una exuberante variedad de especies animales y vegetales. En eso no había comparación con Kerth, que solo contaba con diez especies de forma animal.
No había nada que hacer hasta la mañana siguiente. Turiel aprovechó para hacer planes. De alguna manera se las tendrían que ingeniar para entrar al edificio y llegar hasta su objetivo.
Un hombre pasó tambaleándose muy cerca de ellos caminando, de forma incomprensible,
solo sobre dos piernas increíblemente fuertes. Sin mirar pasó de largo.
-
Ya sé – dijo Zat, una vez que la criatura se hubiese alejado – Me disfrazaré de hombre y entraré en la fortaleza, llegaré al objetivo y activaré el desplazador.
-
No sabes hablar su lengua. Además, aunque supieras, nosotros nos comunicamos por ultrasonidos y ellos no pueden oírlos, solo algunos animales pueden captarlos – objetó Turiel.
-
No diré nada – los ignoraré.
Zat se transformó en un hombre y dio varios pasos imitando su caminar tambaleante.
-
No está mal, pero me temo que no resultará, otras expediciones deben haber pensado lo mismo y no les sirvió. Ninguna ha regresado. Hay que pensar en algo diferen- te.
No había manera de rebatir ese argumento. Zat volvió a ser una papelera.
Otra criatura, esta vez a cuatro patas se aproximó caminando hasta donde se encontraban. Turiel lo reconoció como un perro, uno de los animales favoritos del hombre. El animal fue al encuentro de otra persona que en ese momento atravesaba la plaza, el hombre le toco la
cabeza y el perro saco la lengua, se tendió bocarriba y se dejó acariciar. Luego ambos continuaron sus respectivos caminos.
-
¡Yo puedo hacer eso! – dijo Zat excitado, una vez solos de nuevo – ¡Mira, mira…!
– adoptó forma de perro y empezó a trotar moviendo la cola.
-
Mmmm…sí, eso podría servir – Turiel decidió que el detector haría una incursión a la mañana siguiente bajo forma de perro – Ahora durmamos un poco.
Se despertó cuando aún faltaba un rato para amanecer, de mal humor y con el cuerpo dolorido por la forma tan incómoda que había tenido que usar para dormir.
Despertó a Zat de un ultra silbido.
-
Terminemos de una vez con esto.
Zat perfiló un poco más su forma de papelera, que se había relajado durante el sueño.
-
Vamos Ovli – exclamó Turiel enojado mirando hacia la copa de la palmera –
¡Despierta ya! – No hubo respuesta.
-
¡Ovli! –
Tampoco esta vez respondió nadie.
-
Vamos Zat ayúdame a buscarlo –
Recorrieron juntos cada palmera, cada banco, cada papelera. Ninguno era Ovli. Al cabo de un rato tuvieron que dejar de buscar porque empezaba a llegar gente a la plaza. Volvieron a sus lugares de observación.
Turiel empezó a sentir que un sudor frío de pánico recorría su cuerpo. ¿Qué podía haberle pasado a su técnico de comunicaciones? ¿Lo habrían capturado los hombres?
-
Tal vez decidió introducirse por su cuenta en la fortaleza– sugirió Zat.
Turiel, consideró dicha posibilidad. Le pareció imposible, pero tal vez se arriesgó y fue atrapado. Estos tipos tranquilos a veces esconden una vena de temeridad. Pero no había ningún indicio que mostrara que Ovli hubiese tenido éxito, por lo tanto, estaba atrapado o muerto. Eso dejaba solo dos Kerthianos para llevar a cabo la misión.
El lugar estaba muy concurrido, había gente por todos sitios. Aquello era una gran concentración de humanos, pero por lo visto también había otra especie, una que Turiel no conocía. Los hombres iban vestidos a la manera habitual y con la cabeza descubierta, pero aquella otra especie usaba túnicas y la cabeza estaba cubierta por un alargado sombrero en
forma de cono. Podrían ser sacerdotes y posiblemente tendrían un cráneo cuneiforme como
los Nátzarianos (1*)
(1*)- Habitantes del planeta Nátzarian, situado en los confines de la Galaxia, según se sale a la izquierda.
Aquella concentración de humanos parecía una especie de celebración. Todos estaban muy alegres y se habían apiñado frente de la puerta principal de la fortaleza que ahora estaba abierta. Daba la impresión de que estaban esperando un acontecimiento. Al cabo de poco rato se escucharon unos fuertes ruidos. ¡Música!... y de la fortaleza sacaron con gran ceremonia una estatua subida en una especie de pedestal. Todo el mundo aplaudía. A Turiel la música tampoco le desagradaba del todo, aunque se esforzaba por sentir rechazo, al ser algo prohibido, una herejía en Kerth.
La comitiva dejó poco a poco la plaza siguiendo a la estatua, quedando la zona despejada. En la puerta que permanecía abierta solo quedaba un hombre intentado cerrarla. Turiel pensó que era el momento para probar la estra- tegia que habían planeado y acabar la misión. Ordenó a Zat que se convirtiera en perro.
-
El cuerpo está bien, pero menos cola– Zat obediente acortó la cola.
-
Más orejas– Zat obedeció – Perfecto, así está bien – dijo Turiel satisfecho con el
producto final.
Zat se encaminó hacia la puerta principal. Un humano joven lo llamó antes de llegar a su destino, pero Zat lo ignoró. El joven se encogió de hombros, dio media vuelta y siguió su camino. Observando la escena, a Turiel las pulsaciones le danzaban a ritmo de samba. Ahora la puerta estaba a medio cerrar, Zat intentó entrar, pero el hombre que guardaba la entrada le cerró el paso y comenzó a hacer aspavientos, muy significativos, con los brazos para que se marchase. Turiel en seguida se dio cuenta de que a los perros no le estaba permitida la entrada. Zat se alejó un poco y quedo en espera. Otro perro se acercó a él y empezó a olisquearlo, Zat lo imitó y olisqueó a su vez. Después ambos echaron a correr y se perdieron por un lateral de edificio.
¡Buena idea! Pensó Turiel. Tal vez hubiese una entrada trasera. Miró al cielo. Las nubes habían dejado algunos claros por los que se filtraba una intensa luz y dejaban ver un precio- so cielo azul. Tan pronto como el desplazador activado estuviese en el punto gemelo, los
ejércitos de Kerth empezarían a descender. Para cuando los humanos se dieran cuenta, más
de un millón de guerreros Kerthianos invadirían la Tierra y muchos más les seguirían.
El día transcurría lentamente. Regresó la comitiva con la estatua y tras otra gran ceremonia la guardaron en la fortaleza. La puerta volvió a cerrarse y todo quedó en calma. Zat no daba señales de vida. Con un hilo de esperanza esperó hasta que de nuevo llego la noche, pero fue inútil. Tenía que asumirlo, Zat había fracasado, Ovli desaparecido, solo quedaba él. El destino de la vigesimoprimera expedición de Kerth estaba en sus manos. El peso de la responsabilidad era equiparable al enorme vacío que sentía al saberse solo en aquel remoto lugar del Universo, tan lejos de casa y sin posibilidad de regresar. Cansado, se quedó dormido.
Cuando despertó a la mañana siguiente, vio que de nuevo la puerta estaba abierta, llegaban hombres y más de aquellos que parecían Nátzarianos, hoy llevaban la túnica de un color diferente y algunos usaban capa. Se armó de valor y decidió aprovechar la confusión general. La algarabía de la ida y venida de gente era constante. Se transformó en hombre.
Un perro paso cerca de él.
-
¡Hola! – dijo el perro.
Era Zat.
-
¿Qué ha pasado? – preguntó Turiel con un suspiro de alivio – ¿Por qué has tardado tanto? ¿No has conseguido entrar?
-
No lo sé – dijo Zat meneando la cola – No lo intenté. Fui a cazar – informó Zat muy satisfecho – Esta forma es ideal para cazar, salí al campo con otro perro.
-
Pero la expedición… tu deber…– Turiel estaba alucinando.
-
Cambié de idea – dijo Zat – ¿Sabe piloto? Nunca quise ser detector. Lo que me gusta es correr y cazar.
-
No puedes – dijo Turiel muy despacio, como intentando explicar algo a un niño; la forma de cazador te está prohibida.
-
Aquí no – dijo Zat meneando la cola con más brío.
-
No discutamos más – dijo Turiel enfadado – Ve a la fortaleza y coloca tu desplazador, trataré de olvidar esta herejía.
-
No lo haré – dijo Zat – No quiero que vengan los de Kerth aquí. Lo arruinarían to-
do.
-
Tiene razón – dijo un músico que se acercó a ellos; llevaba una flauta en la mano.
-
¿Ovli? – murmuró Turiel– ¿Eres tú?
-
Si piloto, he estado tocando en una banda de música.
-
Pero no puedes… tu casta… tú eres oficial de comunicaciones.
-
Piloto – dijo Zat con tristeza – ¿Porque no despierta de una vez? La mayor parte de la gente en Kerth es desdichada. Solo la costumbre y las férreas leyes nos hacen to- mar la forma de nuestros antepasados. Todos los Kerthianos nacen sin forma y tendrían que ser libres para elegir que quieren ser.
-
Los hombres os matarán, como hicieron con el resto de expediciones.
-
Ninguno de los que vinieron antes han sido asesinados, todos están aquí.
-
¿Vivos?
-
Claro que sí. Aquel perro con el salí de caza, es uno de nosotros, vino con la octava expedición. Y hay muchos más. Hay centenares de nosotros aquí, nos gusta. Incluso algunos se han transformado en hombres. El año pasado uno de la primera expedición se presentó a las elecciones municipales y salió elegido.
-
Déjalo estar Zat – dijo Ovli – jamás lo comprenderá. Y se fue tocando su flauta.
Turiel intentó digerir todo aquello. La amenaza del planeta era ¡la libertad! ...pero él…él era un piloto, un miembro de casta alta, no había nada que pudiese satisfacerle en este planeta.
-
¡El Gran consejo de Kerth se ocupará de vosotros, voy a terminar el trabajo!
Dicho esto, cambio de estrategia y se transformó en perro. Era la mejor forma para moverse con rapidez. Empezó a correr hacia la fortaleza. Traspasó la puerta esquivando a los Nátzarianos y humanos que halló en medio, y continuó corriendo mientras sentía que el desplazador latía enloquecido con la proximidad del punto gemelo. Este estaba situado al final de un enorme espacio vacío. En el lugar ocupado por una mesa de mármol, encima de una especie de altar. Había otras muchas esculturas y adornos dorados por todos sitios. Antes de llegar al altar, un grupo de hombres le cerró el paso. Giró sobre si mismo y emprendió una huida otra vez hacia la calle, bajo ningún concepto podía dejarse atrapar, si era necesario lo
intentaría otro día. Los hombres le gritaban y le cortaron la huida bloqueando el portalón de salida. En una pared lateral vio abierta una pequeña puerta por la que se filtraba un hilo de luz, asustado se metió en ella. No había escapatoria, solo unas escaleras que subían en espiral… subían y subían…sentía a los humanos gritando tras él mientras lo perseguían por las escaleras.
Otra expedición fracasada… libertad de forma… no… él era un piloto… su casta… no había nada para él.
Llegó al final de la escalera y salió al exterior. El desplazador palpitaba con fuerza. Comprobó el nivel de carga ”97%”.
-
¡No todo estaba perdido…! ¡Allí en altura, también funcionaría! ¡Debo activarlo…!
¡Pero!… ¿Qué es eso?... ¡libertad de forma!… ¡la invasión!… todos nacemos sin forma…
El primer hombre que llegó arriba, salió al exterior y quedo atónito, allí no había ningún perro, únicamente los restos esparcidos de un extraño artilugio de cristal, que parecía haber sido estampado contra el suelo.
Miró alrededor y solo vio un grupo de palomas que se dirigían hacia la plaza. Una de ellas, la más rezagada, batiendo sus alas con torpeza, pero con fuerza creciente, intentando sobrepasar a la bandada en su vuelo.
FIN