
OTRA OPORTUNIDAD
(Avance...)
SINOPSIS
El amor es un sentimiento capaz de traspasar barreras impensables.
Tiene el poder de maquillar el riesgo, hasta hacerlo un aceptable compañero de viaje.
Dotado con la fuerza que emana de esa pasión, Julio, el protagonista de nuestra historia, viajará más allá de los límites conocidos por el ser humano, adentrándose en un mundo paralelo al nuestro, cercano y extraño al mismo tiempo.
Para llevar a cabo la misión que le han encomendado tendrá que sortear todos los obstáculos que encontrará en su camino. Exponiéndose a peligros e intrigas que lo colocaran al borde del abismo.
Pero Julio guarda un as en la manga. Un secreto y el verdadero motivo por el que acepta ser el protagonista de esta trepidante aventura, moviéndose en tierra inexplorada y donde hallará... "Otra Oportunidad"
Capítulo 1
"Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido." Voltaire (1694-1778) Filósofo y escritor francés.
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Simi Valley. Distrito de Los Ángeles, California.
Mediados de Mayo 1979.
El día aún se desperezaba tranquilo emergiendo de las penumbras. Mientras destellos naranjas en el horizonte ponían fin a otra noche templada. La primavera en Simi Valley estaba resultando especialmente calurosa. No obstante de vez en cuando alguna ráfaga de viento procedente de la costa, ayudaba a paliar el constante bochorno. Los escasos cien kilómetros que les separaban del mar, no eran un obstáculo. Desde Simi Valley hasta el Pacífico no existían barreras naturales. A esa hora temprana la calma era total, nada hacía presagiar los acontecimientos que estaban por llegar.
Una suave y fresca brisa hizo ondear las banderas suspendidas en la fachada del impresionante edificio, sede del complejo de investigaciones avanzadas de Beaumont Research Investment. (B.R.I). El resto de construcciones del conjunto, más prácticas y funcionales, habían sido diseminadas ocupando las cerca de diez hectáreas propiedad de B.R.I. Su situación en un entorno natural salpicado por manchas de bosque, ofrecían una atmosfera de paz y sosiego, un efecto buscado intencionadamente. La entrada del edificio principal, no obstante, había sido construida tomando como modelo los portentosos templos griegos. Impresionantes columnas enmarcaban la entrada. Un acto deliberado del arquitecto que aportaba suntuosidad. El objetivo era impresionar al visitante, erigirse en escaparate donde exhibir y mandar señales de poderío.
En las instalaciones de la sección dirigida por el doctor Ardal Steimberg la agitación y expectación podía palparse en el ambiente. Un verdadero hervidero de técnicos, físicos, informáticos y toda clase de personal especializado, se encontraban cada uno concentrado en los cometidos que le habían sido asignados. La bien iluminada sala principal contaba con varias consolas de control distribuidas formando un círculo, alrededor de la cúpula central compuesta de metacrilato transparente. Una campana sellada y con el suficiente grosor como para que todos se sintieran seguros. Esa barrera debería representar una protección efectiva en caso de cualquier eventualidad.
Dentro de esa cúpula se encontraba lo que habían bautizado como el "huevo". Una esfera de cristal súper denso con forma ovoide, que constituía el verdadero epicentro del experimento.
Mucho camino se había recorrido hasta el momento actual. La arribada del doctor Steimberg a los Estados Unidos, desde su Alemania natal, y los primeros años en aquellas tierras, no fueron precisamente un camino de rosas. Nada más llegar, Inició una esperanzada y larga peregrinación por diferentes Universidades, Centros Tecnológicos y Empresas, presentando su proyecto de investigación. El tiempo pasaba y no conseguía el soporte y apoyo financiero que él esperaba obtener. En términos científicos su idea era acogida con interés pero siempre había una cuestión que no terminaba por convencer del todo. Las dificultades tecnológicas y el coste excesivo en material y personal eran una traba importante. Por regla general, trataban de no darle con la puerta en las narices y con palabras amables intentaban quitárselo de encima sin dañar su orgullo. Solo en una ocasión sintió el aguijón de la humillación.
—"..Aquellos engreídos de Instituto Tecnológico de Ohio y todos cuanto se habían reído a sus espaldas se llevarían un buen chasco cuando él triunfara." —
Para el día que se enfrentó al equipo de valoración de B.R.I. ya era conocedor de las palabras exactas que debía incluir en su presentación, para ganarse el favor de los examinadores. Siempre fue bueno en ese campo de las relaciones sociales, donde el factor psicológico jugaba un papel esencial. Los gestos en la mesa al final de su disertación así lo corroboraron. Desde entonces ya llevaba al frente de las investigaciones más de tres años. En todo este tiempo jamás habían dudado de las posibilidades de éxito de sus experimentos Nunca tuvo dudas que finalmente conseguirá el objetivo marcado... nunca hasta ahora.
Muchas vicisitudes, noches enteras sin pegar ojo, problemas de todo tipo y por el momento no han tenido éxito. ¿Pero quién dijo que sería fácil?
Las esperanzas siguen intactas, gracias al entusiasmo del doctor Steimberg cuya capacidad de trabajo y determinación, van de la mano de una inteligencia brillante y una ilusión desbordante.
Contaba con la expectativa de que los últimos ajustes efectuados fuesen los definitivos. Sobre todo con la modificación en la aleación de metales del núcleo.
— ¿Cómo no había caido antes en los Lantánidos y en las idóneas propiedades para el magnetismo de este grupo de metales? "— Había pensado Steimberg hacía ya casi un mes, después de obtener el cuarto fracaso tan solo en lo que iba de año.
Desde el instante que tuvo esa nueva idea puso manos a la obra sin descanso. Embarco a todo su equipo con él mismo al frente en una actividad febril. Un solo objetivo, completar la nueva versión del núcleo, ahora mucho más denso.
— Eso debería ser definitivo — se decía sin cesar tratando de auto convencerse.
Siguiendo el modelo de Grosseteste, monje Franciscano y gran pensador del siglo XIII (Circa, Reino Unido. 1170-1253), sobre cómo la luz interacciona con la materia en términos de matemática moderna, Steimberg quiere demostrar que realmente se puede generar la estructura del universo en miniatura que él proponía y modificar el espacio-tiempo. La originalidad de Grosseteste fue pensar que la luz, sus propiedades y el mecanismo por el que la percibimos son causantes de la unidad, el orden y la explicación causal de los fenómenos naturales “Mediante su expansión en todas direcciones, la luz introduce las tres dimensiones en la materia”.
A lo largo de este proceso, el erudito monje Franciscano introduce un nuevo concepto desconocido hasta entonces: “A medida que la luz arrastra la materia hacia fuera, la densidad debe disminuir al tiempo que el radio crece, implícitamente postulando la conservación de la materia”. El objetivo de Steimberg era demostrar con pruebas que no dieran margen para la duda, que el espacio y el tiempo podían ser alterados a voluntad y una vez esto conseguido, de qué manera podíamos aprovechar estas propiedades en nuestro beneficio.
- Un proyecto ambicioso y que igualmente generaría incalculables dividendos económicos a la empresa que tuviese la patente- como siempre apostillaba.
El doctor Steimberg no era el típico científico con pelo blanco y despistado. Para empezar hacía poco que había celebrado su cuarenta y cinco cumpleaños en su pelo rubio no asomaba ni una cana. De estatura media alta rondando el uno ochenta y su tez blanca, era lo más parecido a un alemán tipo. El método de trabajo que seguía, meticuloso y estricto, no hacía pensar que entre sus defectos estuviese el despiste. A pesar de todo, como buen alemán, la cerveza era una de sus debilidades, y no desaprovechaba la ocasión de compartir las que hicieran falta. Eso sí, una vez la jornada de trabajo hubiese concluido.
Su evolución hasta tener derecho a rotular “doctor” en la puerta de su despacho, desde el punto de vista del claustro de profesores de la Universidad de Múnich, había sido rápida y de las más brillantes que recordaban. Desde la perspectiva de Steimberg una experiencia apasionante. En ocasiones llenas de obstáculos, pero en todo caso rutilante y satisfactoria en todos los sentidos. Sin duda un niño superdotado habitaba en su interior.
Una vez más, como en las anteriores ocasiones, todo está dispuesto para comenzar el experimento. Como si se tratase del lanzamiento de una nave al espacio exterior, el técnico responsable del control temporal, en su papel de árbitro y casi ejerciendo de sumo sacerdote en una ceremonia sagrada, inició la cuenta atrás con solemnidad.
— Menos sesenta segundos y contando —
El leve murmullo apenas audible que flotaba en el ambiente subió de repente unas milésimas de decibelio, algo imperceptible pero suficiente como para que la expectación que reinaba en la sala se acentuara un poco más.
— Última comprobación de instrumentos, por favor reporten estado — Continuó el coordinador jefe Mac Cunnigham hablando por megafonía.
Harry Mac Cunnigham, el “jefe” como era conocido por todos, no era un científico en el sentido estricto de la palabra. Pero si un buen conocedor de todos los procesos e instrumentos implicados en el experimento. Siempre vigilante con que esos caros equipos de alta tecnología estuviesen inexcusablemente a punto. Ingeniero de sistemas y con varios máster tecnológicos especializados, “El Jefe” era un apoyo indispensable para Steimberg. Este siempre decía: que si él era el alma del proyecto, Mac Cunnigham era el cuerpo.
Algunos decían que más que el cuerpo, podía ser de tres cuerpos por su envergadura como un ropero con las puertas abiertas. Alrededor de los ciento cincuenta kilos y rondando los dos metros de altura, su presencia no dejaba indiferente a nadie.
— Flujo láser constante y estabilizado — Dijo el operador de láser.
— Magnetoscopio subiendo al ochenta por ciento, alcanzando estado óptimo en menos 10 segundos —
— Temperatura de atmósfera interna a menos ciento cinco grados Celsius —
— Anulación de gravedad en el “huevo“ completada al cero absoluto — Continuó el responsable del complicadísimo y novedoso proceso por el cual dejaban sin efecto la fuerza de gravedad en el interior del contenedor.
La rutina mil veces repetida seguía su curso fiel al protocolo establecido. Uno a uno los encargados de las distintas áreas implicadas en el funcionamiento operativo, fueron detallando con profesionalidad el estado de sus instrumentos.
- Menos treinta segundos y contando – Anunció impasible el técnico de control temporal.
El huevo de cristal denso situada dentro de la cúpula, epicentro de todas las miradas y que hacía de contenedor para el experimento, emitió un suave zumbido al tiempo que iniciaba una ligera vibración apenas visible. La tensión podía cortarse con cuchillo y las palpitaciones de los corazones tenían ritmo de salsa.
— Menos veinte segundos y contando —
El jefe Mc Cunnigham acomodó inquieto sus enorme corpachón en el mullido sillón. Se pasó la mano por la nuca en un tic instintivo como era su costumbre. Miró por encima de sus gafas con montura dorada hacia la posición donde se encontraba Steimberg que, con gesto grave, aguardaba expectante.
Sus miradas se cruzaron. Una leve inclinación de la cabeza en señal de asentimiento. Todo según lo previsto. Confirmación de luz verde para continuar.
En esos momentos el más mínimo detalle pasado por alto podría marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso. Steimberg sabía bien cuánto se estaban jugando esa mañana. Tanto su equipo como él estaban rozando los límites del abismo. Todo tiene sus reglas, un principio y un final. La paciencia y las ganas de seguir financiando el experimento por parte de sus benefactores no eran una excepción. Después de cuatro años de infinidad de pruebas con más o menos éxito pero sin resultados fiables. El margen de maniobra estaba casi agotado. Era aquí y ahora o nunca.
—Diez… nueve… —
Antes de nada necesitaban resultados, algo de carnada para seguir reteniendo al consorcio que lideraba Beaumont R.I. de lo contrario el proyecto podría ser dado de baja, abandonado. El trabajo de tantos años en la basura, inútil.
Recordaba perfectamente la primera vez que se puso manos a la obra mucho antes de emigrar a los Estados Unidos. Con apenas unos esquemas surgidos de la idea original. Desde muy joven, había sentido la necesidad de investigar, saber que hay más allá de lo evidente. Su curiosidad no tenía límites. No siempre sus intuiciones eran acertadas, eso lo asumía porque era pura lógica. Pero no tenía miedo al fracaso, muy al contrario, cada camino equivocado era un nuevo punto de partida, una invitación para ampliar horizontes, otro reto.
— Es curioso — pensó — como se puede dilatar el tiempo, haciendo de lo que para el resto son solo minutos o segundos, para ti puede resultar un periodo mucho más largo. Convirtiendo ese instante en intemporal, como un paréntesis fuera del efecto del crono. —
Lo que le llevaba inevitablemente a otro pensamiento.
— ¿O bien es nuestra mente la que acelera los pensamientos de tal forma que escapan a cualquier medición, haciendo un recorrido desde cualquier punto en el pasado hasta el presente, repasando situaciones vividas, entrelazando ideas con sensaciones? ”—
— Ocho… siete… —
Eran esas ideas que desde siempre bullían en su mente las responsables de todo. Y ese “todo” contenía su vida entera. Dedicación plena a un solo objetivo. Desde joven había sentido la llamada de la ciencia apartando de sus días la vida social. Solo en contadas ocasiones se había desviado de la ruta trazada. Como cuando estuvo tonteando con Judith. Por espacio de un año había mantenido una relación más o menos sentimental con Judith, una chica preciosa. Hasta que ella, cansada por su falta de atención y de competir con las fórmulas matemáticas, optó por:
—“…aquel engreído que no tenía más que aserrín en el coco y un descapotable último modelo regalo de una tía rica“— como siempre que se le presentaba la ocasión, recordaba con una mezcla de burla y amargura.
Una tarde estando en el garaje de su casa, que él mismo había acondicionado como estudio, y justo en mitad de una complicada formula de trigonometría que se le estaba resistiendo al tropezar con exponenciales complejas. Judith apareció engalanada con un vestido blanco salpicado de flores que simulaban haber sido pintadas con acuarelas. Recordaba bien ese detalle referente al estampado no porque se sintiese repentinamente atraído por la moda y tendencias en vestimenta femenina, no. El motivo fue por esos complicados mecanismos del subconsciente que eligió grabar ese detalle en su mente cuando Judith se interpuso entre la pizarra, llena a rebosar de fórmulas y diagramas, y la tiza que sostenía en su mano. El mensaje fue claro. Le comunicó que lo dejaba, que ya estaba harta. Antes ella había estado hablando por espacio de varios minutos, o quizás una hora, Steimberg no estaba seguro de eso. Mientras él, enfrascado en su elucubraciones aritméticas, estuvo respondiendo mecánicamente sí o no, dependiendo de la entonación que percibiera o emitiendo monosílabos neutros del tipo “aja” “¡Claro!” “...ya”.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Según Judith, él mismo en una de sus respuestas <<automáticas>> le había dado sus bendiciones para dejarlo y empezar una relación con Hochkett.
— ¿Hochkett?, ¿Que nombre era ese para un chico? —
Lo estuvo buscando en un libro donde estaban todos los significados de los nombres de niño y niña en Alemán “Elige el nombre adecuado para tu bebe” y decía que venía a ser algo como “gnomo de los bosques” o “pequeño hombre del bosque”.
— ¡Puf…! ¡Vaya nombre! —
Solo sabía dos cosas de aquel individuo, y ninguna era buena. Una que su coeficiente intelectual estaba a la par de los chimpancés del Zoo, y dos que una tía rica le había regalado un descapotable con el que se exhibía, siempre que tenía ocasión, para envidia de la mitad de los adolescentes del pueblo.
Se consoló pensando que una chica que prefiere alguien sin sustancia gris en el cerebro,que se pasea por el bosque metido en un descapotable regalado, del que solo sobresale medio flequillo debido a su estatura, no era digna de su atención. Steimberg tenía esa forma lógica y estructurada tan característica de pensar. Su curiosidad lo empujaba a diseccionarlo todo, exponer y examinar las piezas por separado, encontrar el problema y la posible solución. Aquella relación era un juguete roto a la que le faltaban piezas, nunca funcionaría, viajaban en vagones diferentes, en trenes con desiguales velocidades con destinos antagónicos.
Además aquel incidente hizo que perdiera el hilo de su investigación. Desperdiciar un tiempo tan precioso no entraba en sus planes. El resto de la semana no pudo concentrarse por más que lo intentó.
Por supuesto su familia ocupaba un lugar importante en el escalafón de prioridades, afortunadamente era una familia corta. Padres y una sola hermana. Los tres vivían aún en Alemania. La costumbre era reunirse en Navidad. Eso era algo a lo que nunca renunciaría. Los días en su lugar de origen le reportaban muchos beneficios. Eran un regreso a sus raíces inmerso en un ambiente cercano y amable, un recargar pilas para el resto del año.
— siete… seis… —
En ese repaso mental, recordaba los inicios, los conceptos aún muy básicos del proyecto que había surgido de aquellas incipientes ideas rondando en su cabeza.
Tan solo piezas sueltas de lo que se le antojaba un inmenso puzle sin orden ni sentido surgido de la imaginación, tal vez de los sueños, de un joven sin ningún estudio avanzado. Pero ya entonces intuía que algo de razón le asistía en sus presentimientos, no sabría explicar cómo pero su instinto de científico le decía que solo era cuestión de dar con el camino correcto.
— cinco… cuatro… —
Todo a una carta…
—Tres… dos… uno… —
El zumbido se convirtió en un silbido agudo que subía de intensidad en una aceleración constante y sostenida.
— ¡Tommy prepara el albatros! —
A pesar de que esperaba la orden de Mc Cunnigham, el ingeniero de sistemas Tommy Braxton no pudo evitar sobresaltarse al escuchar la voz apresurada de su jefe. Su misión era introducir en la esfera o contenedor el complejo y caro núcleo de ferrita modificada al que habían bautizado como “albatros” por su comportamiento una vez dentro de la esfera. Gracias a la ingravidez que habían generado en el interior, aquella bola compuesta de una aleación de raros metales, muy masiva y magnetizada, sufría tal cambio en sus propiedades que quedaba suspendida en el centro exacto del "huevo", flotando con un ligero balanceo semejante a un albatros planeando por encima de un mar agitado.
Braxton cerró y abrió un par de veces la mano derecha en un acto reflejo. Al mismo tiempo sus dedos tamborileaban nerviosos a un costado de la palanca situada en el centro de su consola de mando. Como si necesitará ensayar el movimiento antes de manipularla.
— ¡Suéltalo Tommy, ahora! — ordenó Mc Cunnigham.
Pausadamente, usando el brazo mecánico a través del control remoto y extremando las precauciones, la experta mano de Braxton condujo el núcleo hasta el interior de la esfera, hasta dejarlo justo en la trayectoria del láser, en el centro exacto del contenedor.
En cuanto el rayo láser incidió en el “albatros” un fulgor azul cegador inundó la esfera ovoide y traspasó sus paredes de grueso cristal. Al tiempo que la vibración se hizo mucho más evidente.
En cuestión de segundos esa bola brillante comenzó a girar sobre su eje. Despacio al principio pero en evolución constante hasta alcanzar una velocidad endiablada. Tras unos pocos segundos, tanta era la velocidad y tan intensa la luz que desprendía, que daba la impresión de que las gruesas paredes del contenedor habían desaparecido, dejando solo una esfera de intensa luz azul con un punto central que empezaba a tornarse violeta, casi transparente y que no cesaba de crecer.
05
Capítulo 2
“Todos somos aficionados. La vida es tan corta que no da tiempo para más."
Charles Chaplin. (Actor, humorista, compositor, productor, director y escritor Británico.)
Mediados de Febrero, año 2005.
8:25 am.
En algún lugar de la Ruta 57 entre San Diego y Los Ángeles, California.
Las líneas de la carretera iban pasando silenciosa y rítmicamente al lado del vehículo. Como una hipnótica danza, capaz de adormecer a cualquiera que estuviese prestando atención. Julio sin embargo manejaba el volante pero su mente se encontraba muy lejos de allí.
No podía dejar de pensar en la noche anterior. Las discusiones con Silvia eran como empezar una guerra que sabes perderás de antemano y aun así no tienes más remedio que pelear. Lo peor que podría hacer era no presentar batalla y dejarla hablar sola, eso siempre traía malas consecuencias. Menos mal que de los errores se aprende. Así que la dejaba llevar el peso de la disputa y de vez en cuando me limitaba a introducir algún comentario que otro para no dar la impresión de que pasaba del tema por completo.
Siempre me habían parecido una pérdida de tiempo y energía, nunca llegábamos a una conclusión aceptable para ambos, cada uno exponía sus razones contrapuestas, yo podía aceptar el razonamiento de ella pero mi mujer casi nunca se bajaba del carro, entonces nos enfrentábamos en a un callejón sin salida y punto muerto en la disputa. Lo habitual era que yo terminara por ceder y últimamente no me estaba resultando fácil hacerlo.
Por lo general es que fueran simples trivialidades y por eso no le daba más importancia. Solo me molestaba, me dolía en la conciencia quedarme con otra espina clavada y el mal sabor de boca con el que siempre terminaba después de esos episodios.
Nada más lejos que pensar en un problema latente. Nuestra relación, hasta hacía bien poco, era como un mar en calma. Lástima que estuviésemos pasando por un episodio tan desconcertante. Si al menos supiese la causa.
No teníamos hijos y ya hacía mucho que el tema estaba superado y zanjado. Aun así, de vez en cuando, no podía evitar que el recuerdo de aquella tarde funesta en la consulta del ginecólogo, se colase por alguna rendija martilleando de nuevo.
El caso es que después de casi tres años casados, pensamos que era el momento adecuado para ampliar la familia. Hasta entonces, siempre habíamos puesto mucho cuidado en que Silvia no se quedase embarazada, con el consiguiente enfado de Rosario Marqués, su madre, firme defensora del argumento de que un hijo era “el mejor pegamento para mantener unido un matrimonio” y una bendición del cielo. Estoy de acuerdo en lo segundo. Conozco demasiados casos de ruptura de parejas con pequeños de por medio, como para coincidir en el tema “…pegamento”.
A pesar de dedicarnos a ello sin escatimar esfuerzos, durante el último año los resultados no terminaban por llegar. Cada veintiocho días esperamos impacientes, como quien suspira por un gran acontecimiento, pero Silvia seguía teniendo su menstruación, con regularidad y exactitud de reloj suizo. Las dudas empezaron a instalarse entre nosotros. Comiéndole, cada día, un poco de terreno a las ilusiones, corroyendo esperanzas.
La situación se hizo insostenible. Tomamos la decisión de consultar a un especialista.
Fueron días, semanas de tensa espera, mientras llegaban los resultados de las pruebas a las que nos sometieron. No sé qué es peor, la incertidumbre, la frustración del fracaso o la confirmación de lo que intuíamos y nos negábamos a admitir. Aquella tarde en la consulta del especialista, la realidad tomó posesión de la parte optimista que restaba.
— Señora Atienza me temo que no soy portador de buenas noticias. — Mi mirada concentrada deliberadamente en Silvia, no detecto el más mínimo cambio en su semblante. El bonito rostro de Silvia permanecía imperturbable. No podría decir lo mismo de su mano sostenida por la mía. Nada más oír las palabras del doctor Duran, la presión estranguló mis dedos por sorpresa, provocando que todo mi cuerpo se estremeciera repentinamente.
— Los resultados de los análisis son concluyentes y no dan margen para el error—continuó el doctor Duran— Tiene usted un problema de ovulación bastante raro y, como consecuencia de esa deficiencia, me temo que he de informarle de la imposibilidad física para engendrar por sí misma, lo siento. — Lo soltó como quien está habituado a dar tres o cuatro veces, al cabo de su jornada laboral, noticias como esa. De forma fría y profesional. Pero a pesar de la displicencia de sus palabras, una estudiada cordialidad en los gestos, intentaba suavizarnos el mal trago. No le envidié su cometido.
El problema de Silvia en verdad era bastante inusual en términos estadísticos, tan solo uno entre un millón, lo que se ajustaba a la definición de enfermedad rara. El doctor Duran, un hombre enjuto y tez morena al que mentalmente le había calculado cincuenta y tantos años, era un ginecólogo que gozaba de toda la confianza por parte de mi suegra Rosario. Nos dijo el nombre vulgar de la enfermedad y aportó estadísticas, procedencia además de toda clase de detalles y referencias científicas con nombres médicos, casi impronunciables, que para el caso tanto nos daba. Lo que verdaderamente importaba era que el resultado de aquel inesperado regalo envenenado, nos impediría ser padres biológicos. No había ningún remedio, definitivamente mi mujer era estéril.
Aquel inconveniente, lejos de separarnos creó un vínculo invisible que nos unió más. Y, a mi modo de ver, precipitó los acontecimientos futuros. Se convirtió en un punto de partida, dotándonos de una coraza, preparándonos para afrontar las dificultades con otro talante y mayor decisión. Nos centramos en nuestros respectivos trabajos y acotamos la parcela personal mucho más que antes. Hicimos de nuestro matrimonio una isla a salvo del resto del mundo. Necesitábamos tener ese campo fuera del alcance de cualquiera que no fuésemos nosotros dos. Ese refuerzo de complicidad incrementó el amor que ya nos teníamos, éramos ella y yo, no habría nada que rompiera esa mágica unión.
Nos conocimos en el inicio del curso de 1979 en el campus de la Universidad de Sevilla, recién empezado el otoño. Para Silvia era su primer año en la Facultad de Enfermería, yo en cambio estaba en el tercer año en la Escuela de Ingeniería Técnica. La primera vez que la vi vestía pantalones vaqueros ajustados, jersey de lana azul con cuello cisne, el pelo suelto en una melena ondulada sobrepasando sus hombros, y la luz del Universo concentrada en su mirada.
El encuentro fue de lo más casual y fugaz. Ella caminaba distraída riendo junto a su inseparable compañera Isabel. Yo andaba ensimismado como siempre pensando en fórmulas matemáticas o que se yo. En aquella época era bastante despistado, aunque a decir verdad espero que no le preguntéis a mi mujer, según su criterio aún lo soy. Tropezamos de la manera más tonta, Silvia bajaba y yo subía. Los libros que ambos sosteníamos en las manos, quedaron esparcidos, mezclados sobre las amplias escaleras de acceso a las aulas. Torpemente nos disculpamos al unísono mientras nos apresurábamos a recoger las pertenencias del suelo. Me llamó la atención la gran cantidad de pequeñas hojas escritas, con una letra muy cuidada, que salieron volando del interior de cada uno de sus libros. Supuse que eran anotaciones puntuales sacadas de las clases, o trozos de texto remarcados como importantes. Un método que yo también utilizaba en mi primer año en la Universidad. De repente sentí una oleada de simpatía hacia esa chica. Tan solo un instante, fugaz en el tiempo, pero bastó para que durante esos breves segundos nuestras miradas cruzadas, suspendidas en el aire, resultaran lo suficientemente intensas. La chispa que hizo saltar el resorte que todos llevamos dentro. Convirtiendo cosas tan simples, detalles como una mirada, en el detonante inicial de una reacción en cadena, mezclando sentimientos, el inicio de eso que llamamos amor.
No fue sino al día siguiente cuando me di cuenta que entre mis cosas había uno de sus libros. Supuse que en un descuido uno de los suyos había terminado mezclado entre los míos. Una sonrisa se dibujó en mis labios, mientras daba gracias al cielo por ese inesperado golpe de suerte. Durante la semana que estuve buscándola por todas partes, sin perder la esperanza de volverla a ver, tuve tiempo de ojear y leer con atención las notas que guardaba dentro de su libro. No es que fuese un curioso empedernido, simplemente buscaba indicios de por dónde empezar a buscarla, pues era evidente que formaba parte del alumnado universitario, así que era cuestión de tiempo. La mayoría de notas no eran más que trocitos de papel del tamaño de una tarjeta de visita y en ellos solo había escrita una palabra o dos. Revisándolos uno a uno pude comprobar con extrañeza que eran lo que parecían palabras o frases sacadas del diccionario al azar pero, cuando llevaba suficientes examinados, me di cuenta de que en realidad representaban virtudes o valores “Constancia, prudencia, compañerismo, no prejuzgar, observancia, paciencia…” no entendía el significado de aquel despliegue de positivismo pero una cosa me quedo clara, aquella chica, aparte de guapa, tenía muy buenas intenciones, más a su favor. Pero aquello no me ayudaba mucho en mi empeño por averiguar en qué Facultad estudiaba, ya que no conseguía ver un vínculo entre esas señales y alguna especialidad que se estudiase, al menos en esta Universidad, más teniendo en cuenta que el primer indicio que tenía era el propio libro, y era una pista muy importante, se trataba de un libro de Biología. Eso descartaba varias Facultades entre ellas la mía de Ingeniería y me dejaba el camino más limpio. Debía buscar entre las carreras que utilizaran esa materia. Pero en realidad no fue difícil ya que en una de las notas finales, en la que rezaba “Armonía” encontré que estaba escrita también por el envés. Hacía referencia a una materia clave " Martes 14, 10:30 aula 3. Informática Aplicada a la Enfermería " ¡Bingo!
En esos días suspendí mi segundo examen, el primero fue aquella vez que Juan, mi compañero de cuarto, se empeñó en liarme para ir de cañas por los garitos del centro histórico, justo la noche antes de una evaluación, ninguno de los dos nos presentamos a clase al día siguiente, conclusión: suspendidos. Me arrepiento del primero, en esa segunda ocasión el motivo merecía la pena. Estuve una semana suspendido de mis sueños.
Al séptimo día de aquel primer encuentro, cuando ya empezaba a perder las esperanzas, la suerte de nuevo acudió en mi auxilio e hizo que, otra vez, coincidiéramos en el mismo lugar, por fin. En esta ocasión en una cafetería cerca de la Facultad de Enfermería, donde curiosamente me encontraba de paso... por quinta vez esa semana.
Acompañada como siempre por su íntima amiga Isabel, tomaban el almuerzo, ella sentada de espalda a la dirección por donde me aproximaba pero aun así era inconfundible con sus cabellos en perfecta cascada llena de suaves rizos y ese halo invisible que la hacía tan especial a mis ojos. En nuestro primer encuentro había permanecido un buen rato observando cómo se alejaba lo que había contribuido a grabar su silueta en mis neuronas, no había duda, era ella.
El espacio de tiempo transcurrido entre ambas ocasiones y el permanente deseo de encontrarla de nuevo, había contribuido a idealizar su imagen en mi mente, haciéndola más cercana. No sé qué pasó en esos momentos por mi cabeza, que impulso se desató dentro de mí para comportarme de aquella manera, pero lo cierto es que sin pensarlo dos veces tome mi plato del buffet, me dirigí hacia su mesa armándome de valor y el libro de biología convenientemente amagado en la mochila que colgaba de mi espalda, con aparente naturalidad, aún de pie, inicié una absurda conversación inventándome algo del todo inverosímil.
--- Perdona pero me han dicho que no queda más pan en la cocina -- me miró sor-prendida al tiempo que iniciaba un gracioso mohín arrugando la nariz. --
-¿Podemos compartir el tuyo?-- dije dirigiendo mi mirada al único panecillo que restaba en la panera en medio de la mesa. Fue una apuesta arriesgada ya que estaba exponiéndome a que me mandase a paseo. En lugar de eso un amago de sonrisa empezó a dibujarse en sus labios, mientras con los ojos intentaba taladrar los míos, tal vez buscando una explicación para aquel sin sentido.
-- ¿Lo dices en serio? -- dijo Silvia, y la sonrisa se convirtió en sonora carcajada y en una expresión de asombro cuando le mostré el libro perdido. La sonrisa me terminó de cautivar, si es que no estaba perdido y cautivo desde el principio.
Mientras tanto Isabel seguía con el tenedor suspendido en el aire, pegado a un trozo de lasaña que amenazaba con iniciar un descenso inmediato con incierto destino.
-- Que cara tienes -- más carcajadas --
- Anda siéntate antes de que me arrepienta –
De esa forma tan poco ortodoxa, compartiendo algo tan simple empezamos a tejer nuestra historia en común.
Los años fueron pasando mientras estudiábamos nuestras respectivas carreras. Terminamos prácticamente al mismo tiempo, puesto que Enfermería eran cuatro años de estudios e Ingeniería seis contando el postgrado.
Durante ese periodo en la Universidad todo era hacer planes, imaginar donde viviríamos, que metas llegaríamos a conseguir, y mientras compartíamos ilusiones fueron creándose los vínculos invisibles que atarían nuestras vidas para siempre, o eso fue lo que creímos firmemente y prometimos.
El mundo se estaba haciendo cada vez más pequeño, las nuevas tecnologías que iniciaban su andadura estaban contribuyendo a hacerlo posible. Sobre todo Internet que cada día llegaba a más personas, e incluso a hogares, era una revolución que amenazaba con traspasar los límites de, hasta entonces, su uso elitista y profesional para convertirse en un instrumento de ocio más, por lo que se intuían unas posibilidades de éxito infinitas. Claro que todavía estaba por ver si realmente despegaría definitivamente o no, hasta el momento era un poco frustrante su lentitud en la transferencia de datos, pero todo se andaría, como bien sabemos en la actualidad.
También era un tiempo convulso socialmente. Atrás quedaron los grandes ideales de paz, flores y amor que divulgaban los movimientos hipees. Cuando muchos de sus más fervientes seguidores se convirtieron en ejecutivos de grandes empresas. Los bonitos sentimientos quedaron ahogados por el marketing salvaje, los coches y furgonetas decorados con arcoíris y flores sustituidos por lujosos automóviles y abultadas cuentas corrientes.
Con el título de Ingeniero Técnico en mi mano, todavía con la tinta fresca y después de un breve periodo de tiempo en prácticas enrolado en un par de empresas en España, lo que me sirvió para dar el salto de lo teórico a lo tangible y acumular experiencias, finalmente terminé en MR. System, una empresa Norteamericana con varios laboratorios en distintos países de Europa y Asia, y cuya sede central estaba ubicada cerca de Los Ángeles, California. Siempre fui un buen estudiante y terminé mi postgrado con un trabajo de graduación ingenioso y brillante, lo que me sirvió para ser el primero de mi promoción y ganarme la admiración de mis profesores.
Tal vez fue ese posición de privilegio lo que hizo que me ofrecieran un puesto en la empresa matriz de MR System América, naturalmente acepté sin pensarlo. Las posibilidades que se abrían en mi futuro eran prometedoras en España, pero me atraían enormemente las expectativas de contar con los medios técnicos que en esas instalaciones centrales poseían y que en otros lugares eran impensables.
Para entonces Silvia y yo ya estábamos casados. Lo hicimos en una esplendorosa tarde de Mayo en Monte Olivo, el pueblo donde ella nació, donde residía casi toda su familia, en la iglesia donde fue bautizada y posteriormente cumplió con todos los ritos Cristianos.
Monte Olivo está ubicado en la mágica tierra Andaluza. El pueblo se alza como único dueño y señor del valle de un río con nombre árabe. Aguas mansas que acaricia las riveras de un curso amable, y al fluir deja perfumado el aire con aromas evocadores. Rodeada de campos ondulados por suaves colinas. Y por supuesto, como su nombre indica, salpicada de manchas de olivares de cuyo cultivo viven y se sienten orgullosos los escasos habitantes.
Sus gentes, unidos por invisibles lazos de estirpe y sangre, se conocen de toda la vida. La familia de Silvia era de las más antiguas del lugar, descendientes directos de los primeros pobladores, el mote que ostentaban no tenía muchas vueltas ya que era el mismo que su apellido "Doyague", un apellido poco común que no dejaba ninguna duda de su antiguo linaje. Así las cosas, era un mote fuerte, tanto que engullía a los que encontraba en su camino al emparentarse con otras familias. Silvia siempre contaba la anécdota de la disputa que mantuvo su madre con todo el que osase llamarla " Rosario la Doyague", le costó un tiempo aceptar su nueva condición, a pesar de que a la postre sabía que era inevitable oponerse a la inercia de todo un pueblo. Doña Rosario era, y sigue siendo, una mujer con mucho carácter, el polo opuesto de Don Ruperto, su marido.
Mi suegro al que no tuve el gusto de conocer, murió de forma repentina e inexplicable cuando Silvia aún no había cumplido los doce años. Era una persona entrañable según la opinión de todo el que lo conocía. Su pasión era la tienda que regentaba. Un pequeño, pero bien surtido, establecimiento de ultramarinos que era referencia de calidad en todo Monte Olivo, una reputación forjada por el buen hacer de su padre Don Jeremías Doyague, fundador del negocio durante la segunda década del siglo veinte, y continuada más tarde por él. Contaba con una situación privilegiada en el pueblo, estratégicamente a escasos metros del centro neurálgico donde se encontraba el Ayuntamiento y la Iglesia de Santa María la Blanca. El abuelo, allá por el mil novecientos veintitantos, había usado los bajos de la casa familiar para ubicar la tienda, no sin antes vencer la oposición de la mayoría de la familia, que consideraban una deshonra convertir parte de aquel antiguo edifico con tanto abolengo, en algo “tan vulgar” como un sitio donde se vendían artículos “simples”, ni aunque solo fuese el local en la planta baja, que representaba una mínima parte de la casa.
Se encontraba al principio de la calle del Marqués de Casa Pombo, haciendo esquina en el costado de una pequeña plazoleta, un rimbombante nombre para una calle tan pequeña y que todos conocían, por su nombre de toda la vida, como La calle de La Fuente. La tienda de Don Ruperto, aparte de buen género, también era lugar de reunión de los más cultos de Monte Olivo, sirviendo como foro de animadas discusiones sobre los más variados temas de actualidad, o de sesudos debates sobre Filosofía y deportes, mientras se despachaban cuarto y mitad de garbanzos o aquel raro y carísimo producto recién traído del extranjero más lejano. El ambiente creado en el interior por todos esos pequeños detalles, al igual que el trajín de vecinos entrando y saliendo, que eran aun tiempo clientes pero sobre todo amigos, se había quedado grabado a fuego en la memoria de mi mujer, era su fuente inagotable de anécdotas. Pero la que destacaba realmente y tenía considerada como un tesoro entre todas las demás, era aquella que, inevitablemente, hacia que su voz se quebrase al relatarla.
En los días de lluvia, cuando el agua formaba sobre la calle, pequeños riachuelos en los bodes de las aceras, su padre le construía barquitos de papel y salían juntos a soltarlos sobre aquellos ríos en miniatura mientras imaginaban historias de piratas y descubridores de nuevos mundos, decían por turnos hasta que lejano lugar llegaría cada barquito. A ella le encantaba escuchar de boca de su padre exóticos países y ciudades con nombres tan raros como hermosos.
- ¡Papa, papa! ¿Este donde lo mandamos?-
-Mmmm… déjame pensar ¿qué te parece si lo enviamos cargado de telas y perfumes hasta Damasco? –
-¡Vale papa! ¡Venga barquito, no te pierdas navega hasta Damasco!- y allá iba otro imaginario velero, cargado de ilusión, todo raudo, tambaleándose y zigzagueando hasta perderse calle abajo.
Siempre lamentaré no haber conocido a una persona con tanta calidad humana.
Monte Olivo en definitiva es un pueblo como existen otros muchos en Andalucía. Lo que lo hace tan especial a mis ojos, es que se trata del lugar que vio nacer a la persona que más quiero en esta vida. A pesar de las dificultades, a pesar de los malos momentos, sin Silvia el mundo sería en blanco y negro. Ella pone color a todo cuanto nos rodea.
Que desperdicio el de estos últimos meses. Nos habíamos embarcado en un viaje hacia ninguna parte. Distanciándonos cada día más. Cualquier mínimo problema causaba un terremoto de emociones negativas. Sentía nostalgia de mejores tiempos y podía intuir, que si las cosas no cambiaban pronto, cruzaríamos una línea de no retorno. Llevándonos a una situación de imposible la convivencia.
No era hora de buscar responsabilidades, ni motivos. En esencia tenía la seguridad que tanto Silvia como yo podíamos superar este bache, porque en el fondo latía el mismo sentimiento de profundo amor. Un amor forjado por el paso del tiempo vivido en común.
Estaba decidido, no dejaría pasar ni un día más sin solucionarlo. Alguien tenía que dar el primer paso y ese sería yo. Esa misma tarde, a mi regreso a casa, hablaría con ella y retomaríamos la senda que nunca debimos abandonar. Empecé a imaginar cómo lo prepararía. El ambiente los detalles son importantes ¿una cena sorpresa en casa? Pero primero le enviaría unas flores. Llamaré desde el despacho, nada más llegué, a la floristería que está a dos manzanas de casa. Un buen ramo de rosas blancas, sus preferidas, seguro que eso le agradará y quedará sorprendida… la cena mejor fuera, reservaré mesa en “El Cortijo”, hemos pasado buenas veladas en ese restaurante español del muelle de santa Rosa. Pediré la mesa de siempre, aquella desde la que se ven las olas acariciando las rocas. Las luces amarillas en el paseo dan un toque curioso envolviendo la escena en un aire de irrealidad y…
Al principio no capté la melodía del móvil, ensimismado con mis pensamientos y elucubraciones ya que esto ocupaba toda mi atención. Al cabo de unos segundos, instintivamente, mis dedos se deslizaron hasta el botón en el volante y activé el teléfono.
— ¿Diga? —
Una voz masculina al otro lado inquirió en un tono formal...
—Buenos días ¿es usted el Sr. Atienza? ¿Julio Atienza?—
— Si, yo soy — repuse extrañado por lo inesperado de la pregunta, pues había supuesto, por la temprano que era, que sería una llamada de alguien del trabajo. Para mí era habitual recibir llamadas a cualquier hora, por la naturaleza del cometido que desempeñaba en MR System.
— ¿Quién es usted, de donde me llama y qué desea? — pregunte a mi vez, inquieto y molesto.
— Soy el sargento Newlee, pero mi nombre es irrelevante—obtuve como respuesta y continuó — Le estamos llamando de la oficina del sheriff del condado de Riverside. Ha habido un accidente y me temo que no tenemos buenas noticias para usted. —
Capítulo 3
“La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido.”
Rabindranath Tagore (1861-1941) Filósofo y escritor indio.
220 de Poppy Avenue, Newport Beach, California.
21 de Enero, 10:45 a.m. (Once meses y cinco días desde la muerte de Silvia)
A Julio le encantaba aquella casa, su situación en la costa suspendida de un acantilado le otorgaba una posición privilegiada. La elección había sido obra de Silvia. En los primeros años, tras su desembarco en los Estados Unidos, se instalaron en un apartamento mediano de Venice, nada que ver por su parecido fonético con la Venecia italiana, aquel era un lugar bastante deprimente. Las calles habían sido delineadas en una inmensa cuadricula cruzándose unas con otras sin ninguna gracia. La estructura de la mayoría de edificios era puramente funcional, construidos para ser usados como cubículos donde ir a dormir y poca cosa más, semejaba una gran colmena. A pesar de eso Silvia siempre encontraba un motivo convincente para aliviar lo sombrío del barrio, hasta el punto de hacerlo casi ideal para vivir. Esa cualidad benevolente que denotaba un corazón enorme y una actitud tan optimista, aun en las peores situaciones, siempre conmovía a Julio.
El contexto, afortunadamente, tomó un giro radical en cuanto comenzaron a valorar el trabajo y logros de él, las cosas empezaron a cambiar para mejor. Aquel chalet, cuyo alquiler pagaba MR System, era la prueba más que evidente, un privilegio solo reservadoa muy pocos y que decía bastante de cuanto apreciaban su contribución y valía profesional.
Tras visitar un buen número de viviendas en todas las ubicaciones posibles, Silvia al final se enamoró de aquella casa y del lugar donde estaba situada. En una mañana empaquetaron las escasas pertenencias que poseían por entonces, e hicieron la mudanza más rápida de la historia. De eso hacía ya bastantes años, pero aún conservaba y disfrutaba recordando aquella sensación y excitación de estrenar algo nuevo.
Como todas las mañanas, se hallaba sentado en la terraza oeste disfrutando del sol. Los estupendos veinte grados y de la vista despejada sobre Océano Pacifico. Sin nada que estorbase aquella idílica escena, a Julio siempre le colmaba de un inmenso placer. La exclusividad del entorno aportaba la sensación de que ese trozo del planeta solo les pertenecía a ellos dos. ¿Cuántos amaneceres, cuantos atardeceres podría soportar sin su presencia antes de caer en la locura?
Los meses posteriores al accidente fueron un verdadero infierno, una sensación de vacío a la que no le divisaba el final. Poco a poco el paso del tiempo empezó a instalar la resignación en su rutina diaria.
Sumergido en un bucle de emociones negativas. Martirizándose por el sentimiento de culpa por no haber podido arreglar la relación con Silvia y, tal vez, más dolido aún por no haber podido trasladarle todo el amor que llevaba dentro del alma y que tanto deseaba mostrar. Ni siquiera tuvo la oportunidad de decirle una vez más “Te quiero”.
Hacía casi un año de aquel fatídico día. Un año en el que su vida, sin ella a su lado, era un caos sin rumbo.
El teléfono lo sacó de su letargo matutino.
— ¿Diga? – Al otro lado del teléfono una voz masculina interrogó.
— ¿Julio? —
—Sí… ¿Quién es? – La voz le era vagamente familiar.
— Alberto Ruíz ¿Te acuerdas de mí? –
— Por supuesto Alberto — una oleada de recuerdos se amontonaron en su cabeza — ¿Cómo no? ¿Qué tal estás amigo? —
— Bien, bien pero la cuestión es ¿Cómo estás tú? — la sinceridad contenida en aquellas palabras y lo inesperado de la llamada, emocionó a Julio. Un estremecimiento recorrió su cuerpo hasta la última célula, mientras sus ojos luchaban en vano por contener el par de lágrimas que, venciendo la presión, terminaron resbalando por su mejilla.
Había compartido muchas tardes con Alberto, durante su etapa de Universidad en Sevilla, a pesar de que estaban en distintas especialidades, ambas eran del área técnica. Alberto de especializó en Física de estructuras subatómicas mientras él optó por Ingeniería aplicada, pero compartían una misma cosa. Los dos habían sido contratados por empresas de Estados Unidos prácticamente al mismo tiempo. Al principio de llegar a sus nuevos destinos se veían a menudo, compartían experiencias y quedaban con cualquier excusa al menos un día a la semana, prácticamente sin excepción. Eran dos compatriotas, además de amigos, en tierra extraña y ese contacto les proporcionaba cierta seguridad. Su amigo no estaba casado y necesitaba, más que Julio, ese apoyo para no echar de menos lo que dejó en su Sevilla natal, al menos no más de lo habitual. Con el paso del tiempo, a medida que se iban aclimatando a su nueva situación de emigrantes e integrándose en la nueva sociedad, los encuentros se fueron distanciando. Julio Intento recordar cuándo fue la última vez que habían coincidido, calculó que al menos hacia como dos años ya. Aunque sus destinos estaban separados por pocos kilómetros de distancia, su relación no había sido muy frecuente, o mejor dicho nula, a partir del momento en que su antiguo compañero le dijo que había firmado una cláusula de confidencialidad. Un requisito obligatorio si pretendía continuar trabajando para BRI y…
<< — ¡Oh sí! — Por supuesto que deseaba seguir— ¿Cómo dejarlo ahora que todo se tornaba muchísimo más interesante?
—No te preocupes, supongo que estos americanos está preocupados porque alguien les pise el terreno—dijo Julio en tono jocoso.
— Piensa Julio, que estos años han sido como preparación, para el verdadero trabajo que ahora he de llevar a cabo.- replicó — Una especie de prueba para comprobar el grado de confianza que podían depositar en mí. — Aquella afirmación a Julio le resultó muy rara y también inquietante. Pero pasó página. En realidad no sabía la naturaleza exacta de lo que su amigo hacía en aquellos Laboratorios, ese era un aspecto en el que siempre se había mostrado muy hermético y tampoco él quería inmiscuirse en algo que intuía privado.
— Ten cuidado — Fue lo único que a Julio se le ocurrió añadir. >>
Y ahora después de tanto tiempo, volvía a tener noticias de su antiguo compañero de estudios y amigo.
Le comentó que, casualmente, se encontraba en Los Ángeles, a tan solo un par de horas en coche de su casa. Tenía tiempo y ganas de hacerle una visita.
— ¿Qué tal esta misma mañana? — dijo Alberto y a Julio le parecía una buena idea. Le vendría bien ocupar su mente en algo diferente para variar.
— Perfecto, nos vemos en un rato— y colgó.
12:05 p.m
Sentados en el cómodo sofá en forma de “U” bajo el toldo del cenador, en la terraza frente al acantilado, donde tantas veces habían compartido animadas e interesantes veladas juntos, dieron un buen repaso a los respectivos dos años en los que no se habían vuelto a ver. El rumor cadencioso del suave oleaje al romper contra las rocas, era un elemento más que se integraba en el estilo chill-out de aquel espacio, decorado con bastante gusto y con un intencionado y profundo respeto por lo natural por parte de Silvia. Telas de tejidos naturales, algodón, lino, sedas, todas de tonos suaves. Grandes cojines desbordaban cada centímetro cuadrado del sofá. Julio notó como su amigo se encontraba muy afectado por su ausencia en los momentos posteriores a la muerte de Silvia, le hubiese gustado estar presente para dar su apoyo, pero no fue hasta dos semanas atrás que se enteró del suceso. Los últimos dos años los había pasado casi como si hubiese ingresado en un convento y convertido en monje de clausura. Los dos amigos no paraban de intercambiar anécdotas, comentarios sobre los últimos acontecimientos, algunas noticias deportivas. Pero sin ninguna referencia laboral por parte de Alberto, que mantenía el mutismo acerca de esa parcela de su vida. Julio odiaba recordar y tener que explicar los detalles del accidente, cada palabra relacionada con ello era como una espina clavada en su piel y removerla, era volver a sentir el dolor punzante atravesando cada poro. Pero al fin y al cabo Alberto también fue amigo de su mujer y le constaba que Silvia lo apreciaba mucho, se lo debía.
— Como bien sabes, Silvia trabajaba en el Orange Coast Memorial Hospital en Fountain Valley, a tan solo veinte minutos en coche desde casa. —Comenzó a relatar la historia que automáticamente salía de sus labios — Aquella mañana había comenzado como siempre. Un día como otro cualquiera, ni más ni menos tráfico por la ruta que siempre tomaba en su Audi 3. A las ocho horas veinte minutos se encontraba en la mitad del trayecto dentro de la autopista hasta San Andrés, le restaban escasos diez minutos para llegar a su destino. Tomó la salida 12 y se dispuso a incorporarse de nuevo al recorrido urbano. Se encontraba esperando que el semáforo, que daba acceso a la Fairview Road cambiase de rojo a verde, cuando un camión procedente de la autopista, la embistió por detrás hasta estrellarse contra el edificio de la acera opuesta, dejando su auto literalmente destrozado y a ella sin ninguna posibilidad de escapar. Según el informe de la policía de Riverside, el conductor del camión sufrió una parada cardíaca justo en el momento que circulaba tras el coche de ella, como consecuencia de eso perdió el conocimiento y no pudo controlar su vehículo, un Scania F450 de 40 toneladas imparable y letal en esas condiciones. Tanto para el conductor del camión como para Silvia aquella fue su última mañana. —
Lo más duro de tener que identificarla, fue observar la imagen de su rostro deformado por los cortes y magulladuras, algo que jamás podría olvidar. Desde aquel instante formaba siempre parte de las pesadillas que lo atormentaban cada noche. Julio se tapó la cara con las manos mientras reprimía un sollozo ahogado en su garganta. Se sentía exhausto, derrotado. Sin despegar las manos, apoyo los codos en la mesa que tenían delante y permaneció en esa posición sin mediar palabra.
Alberto permanecía callado, había escuchado atentamente el relato, y ahora cabizbajo no podía imaginar una respuesta mejor para paliar el sufrimiento de su amigo, que aquella que llevaba masticando en su interior desde hacía catorce días.
Cuando Julio por fin recobró la compostura, observó que su amigo estaba diferente, le extrañó que no dijese nada, en lugar de eso, lo encontró con la mirada pedida en el horizonte, como si se estuviese desarrollando una escena más allá del oleaje y solo él pudiese observarla.
No pudo interpretar que ocurría, aunque era evidente que algo había cambiado a pesar de que no podría asegurar que era exactamente, algo en su forma de actuar le decía que ocultaba algo. Pasaron unos segundos interminables hasta que giró lentamente la cabeza y mirando fijamente a Julio dijo:
— ¿Qué harías si tuvieses la posibilidad de empezar desde cero?—
— No comprendo— dijo Julio — ¿A qué te refieres cuando dices empezar de cero?—
— Te estoy hablando de la oportunidad de rectificar, de tomar un camino diferente, de tener de nuevo a Silvia junto a ti… ¡viva! —